Me gustaba leerle fragmentos de libros que a mí me habían calado, contarle historias, arrastrarla conmigo a aquellos mundos entre líneas, conseguir su inmersión en las olas de sensaciones que brotaban tras un párrafo, una exclamación o un diálogo entre los protagonistas.
La veía entornar los ojos en un esfuerzo por vislumbrar la escena, abrir la boca en señal de admiración o sorpresa, gesticular, relajarse... Lo bonito era lograr compartir sensaciones en esa intimidad lograda, porque las volvía a revivir a través de ella, mirándola de reojo en las pausas de lectura, porque mi orden de prioridades era leer para ella, leer con ella, pero sobre todo...leerla a ella.
|π$tinto©
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