sábado, 15 de octubre de 2016

La corbata

La puerta estaba entreabierta, sólo tuve que empujarla un poco y apareció ante mí aquel largo pasillo que desembocaba en el salón, tal y como ella me había descrito. Cerré a mi espalda dejando el mundo fuera y avancé, resonando mis pisadas en el parquet. Me frené justo en la antesala de aquella dependencia en penumbra, sutilmente iluminada con una lámpara de pie enfocando al techo en la esquina opuesta, y otra de mesilla en el aparador a mi derecha.
Todo el fondo de la habitación era un gran ventanal con una puerta corredera que daba acceso a un precioso balcón desde el que se divisaba gran parte de la ciudad. Las luces de letreros, tráfico y edificios modificaban constantemente las sombras de aquella estancia en un armonioso baile de figuras que danzaban por las paredes al son de la música instrumental que salía de un pequeño reproductor en una estantería difuminado entre decenas de libros.
Cerca de aquel enorme ojo a la civilización nocturna estaba colocada una mesa para dos comensales, resaltando tras las copas una brillante cubitera de la que asomaba una botella de vino y otra de champagne.
Lo había visto todo en apenas dos segundos, el tiempo que me di antes de centrar toda mi atención en Ella. Allí estaba, tal y como le pedí, sentada de espaldas a la entrada, en el centro del salón, aislada de todo, desenganchada de cualquier estímulo externo, esperando...
A través de los barrotes de la silla podía ver su espalda descubierta, sólo adornada con los dos finos tirantes de su vestido, como dos lianas que bajasen a los infiernos. Su sedosa melena se desplegaba como una catarata de brillos, acariciando algunos mechones la delicada piel de sus hombros.
Avancé hacia ella despacio en una rítmica cadencia de sonoros pasos ante la que ella cada vez se elevaba un poco más en una tensión corporal que yo podía constatar cuanto más me acercaba. No debía girarse, aunque yo sabía que ella se moría por hacerlo. Lo podía ver en sus brazos, reposados sobre sus muslos, pero ahora intranquilos sin saber dónde conseguir la quietud. Sus manos se abrían y cerraban, sudorosas, queriendo sujetar algo que la calmase, pero con miedo de romper sus medias en aquel frenesí de sus dedos.
Me paré a su espalda pero no la toqué... podía masticar su agitada respiración, su deseo ascendiendo hacia mis sentidos en ese tiempo que me regalé para mirarla a mi antojo.
Deshice el nudo de mi corbata. El sonido de ella corriendo por el cuello de mi camisa la hizo dar un respingo. Su cuerpo se puso en alerta, y sus manos cogieron con fuerza el asiento. Con toda la delicadeza de la que fui capaz, coloqué la corbata sobre sus ojos y la cerré sobre su nuca, privándole de la vista. Al hacerlo pude oler su pelo, embriagarme de su aroma, emborracharme de ella...
Caminé hacia mi izquierda y comencé a rodearla, observando el centro de mis más lujuriosos pensamientos, el objetivo de mis más perversos deseos... Sabía que se sentía vulnerable, expuesta, casi temerosa, así que me agaché hacia su oído para que pudiese escuchar mi respiración tranquila y sosegada y en un susurro le hablé:
  -"Tranquila cielo..., no voy a tomar nada que no quieras darme, pero he venido a reclamar lo que es mío. Lo único que quiero es... todo de ti".
Y mi lengua invadió su oreja para humedecer sus dudas.
Hizo un amago de levantarse, pero mi mano se posó firme en su hombro a la vez que le transmitía un "tranquila, confía...", y volvió a pegar su espalda al respaldo.
Escuchó cómo me quitaba los zapatos, inquieta en la silla, como intentando cazar cada ruido. Así estuvo atenta a cómo me despojé de mi chaqueta, a cada botón de mi camisa que salía por los ojales, al sonido del cuero de mi cinturón y la cremallera de mi pantalón. A cada sonido giraba la cabeza buscando la procedencia, intentando hacer un mapa mental de la situación. El sonido de mis pantalones al caer la excitó. Sus pezones asomaron descarados bajo su vestido, marcando su prominencia en una llamada que azoró todos mis sentidos, que encendió mi cuerpo y mi mente.
Sus brazos se extendieron en mi búsqueda y casi me toca, pero no era el momento aún….quería que estuviese mucho más excitada,  quería que antes de conocer mi tacto con sus manos, ella estuviese en la antesala del placer, a las puertas del orgasmo, loca por correrse…
Recogí mis calcetines de ejecutivo y sujetándole ambas manos, se las llevé detrás del respaldo y le amarré con ellos las muñecas.
Ahora aún estaba más indefensa, más expuesta, pero más entregada… Se había calmado dentro de su creciente deseo y expectante, esperaba mi siguiente movimiento. No pudo ser otro que un leve pero directo roce a ambos pezones. Su respiración se agitó, su boca se entre abrió y yo aproveché para besarla con frenesí, para invadir su boca con mi lengua y bañarme en su saliva. Me despegué de ella casi violentamente, dejando como recuerdo un mordisco en su labio inferior. Su boca me buscaba de nuevo, pero yo volví a centrar mi atención en sus preciosos y tersos pechos y como un felino que acecha a su presa, le asesté un ataque con mi boca, llenándola de aquella redonda turgencia…
Sus gemidos empezaban a ascender hacia el techo con un volumen cada vez más alto. El momento ideal para separarme, para comprobar que sus ganas rebosaban ya entre sus muslos. Un dedo se deslizó por su cara interna, y como quien da con la clave correcta, inmediatamente se abrieron para mi, asomando una preciosa cortina de encaje que me impedía ver las puertas al paraíso. Me puse de rodillas y comencé a quitarle las medias. Sus labios asomaban a un lado de aquel tanga que era mi único impedimento hacia aquel infierno en llamas. Pasé mis manos por detrás de sus nalgas y la atraje hacia adelante sin contemplaciones. Sus cuidados pies quedaron hacia atrás para mantener su equilibrio, momento que aproveché para amarrarle sus tobillos a las patas de la silla con las medias.
Ahora sí, ahora estaba a merced de mis deseos, que yo iba a hacer suyos. Ahora iba a apropiarme de los que había ido cuidando y guiando en su mente. Ahora iba a saciar los suyos con los míos, a fundir unos con otros, a hacer de ambos, el mismo .
Mis manos abrieron sus piernas, mis dedos apartaron su tanga, su pelvis me buscó, y yo comencé a bucear entre sus muslos para beberme toda aquella humedad, para lamer toda aquella carne de pecado, para jugar hasta el éxtasis con aquel agradecido clítoris que sabía a gloria y que me regalaba una repetitiva e incansable melodía de estruendosos orgasmos que mi boca engullía como pantagruélico festín…
Continuará….
|π$tinto©



21 comentarios:

  1. Excelente escrito. Muy bueno. Enhorabuena.

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  2. Esta muy bueno, me encantó.

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  3. Impresionante....me encanta!!

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    1. Seguro que te he dado las gracias alguna vez...pues otra más!

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  5. Bueno ,estado a punto de correrme ..

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  6. Un pelín machista. Demasiado descriptivo.

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    1. En ningún momento veja a la mujer como tal, ni se cree superior...
      Muchas gracias por tu comentario de todos modos.

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  7. Excelente una vez más...!!!
    La Corbata segunda parte cuándo?

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    1. Este sábado publicaré la segunda parte...
      Muchísimas gracias Lancelot!

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  8. Muy bueno, espero leer la siguiente entrega...

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