lunes, 30 de octubre de 2017

Revuelto

El sitio de mi recreo estaba cercado de una valla cerrada, con un vetusto candado que penetraba dos enormes eslabones de los extremos de una serpenteante y gruesa cadena. Cerraba mucho más que un lugar de asueto y libertad. Cercenaba pensamientos, sensaciones, sentimientos y formas de expresarse.
Era un tapón mental a una forma de ser y estar, de sentir y compartir. Era un tachón, un borrón en toda regla, un auténtico e incómodo cinturón de castidad.
Con el tiempo me acostumbré a llevarlo puesto, hasta tal punto que me olvidé de él y de su significado. Aprendí y evolucioné después de aquella amputación hacia otras necesidades menos etéreas y más cotidianas. Realidades del día a día que fueron echando tierra sobre aquel espacio hasta sepultarlo en el tiempo y cubrirlo de la arena del olvido.
Lo que ahora es un lugar yermo y abandonado, en sus tiempos fue un vergel de esparcimiento y sensibilidades por el que correteaban varias niñas, traviesas ellas y pizpiretas. Cada día, fieles a su cita, hacían uso de los toboganes, ruletas, columpios y todas sus atracciones, llenándolas de alegrías. Aún las puedo escuchar en los ecos de la lejanía...
Hace pocos días escuché el desgarrador grito de una de aquellas niñas. También le habían colocado un candado a su jardín y le impedían acceder a regar los sentimientos que con tanto cariño y amor había ido sembrando y cuidando en los corazones de muchos admiradores.
No hay cerraduras que puedan impedir brotar los sentimientos, ni oscuridad que los impida brillar, así que si no es en ese lugar, plasmará en otros su particular e íntima forma de volcar su delicadeza sobre renglones que tienen tacto en sí mismos.
Porque aquella niña que jugueteaba en el sitio de mi recreo, se hizo mayor logrando que las palabras no sólo nos tocasen, sino que nos atrapasen y lograsen anidar dentro de nosostros, y todo, sólo con su esencia...

Iπ$tinto©

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