sábado, 17 de diciembre de 2016

La corbata (continuación)

Su elixir llenó mi boca, así como sus gemidos mis oídos y su entrega mi dedicación.
Al separarme de ella pude contemplar su estampa en aquella silla atada de pies y manos, pero libre de mente, deambulando entre la ansiedad y la confianza, entre las ganas y el placer.
Sus muslos permanecían entreabiertos dejando asomar los brillantes pétalos de su flor, como una amapola roja resalta entre los campos de trigo, encarnada, mojada de rocío, recién invadida por la abeja en busca de su néctar.
Todo lo envolvía un ruidoso silencio que lograba que cualquier sonido tomase una inusitada dimensión, como el roce de sus piernas contra la madera del asiento, o mis pisadas dando vueltas en torno a ella como león acechando su presa. Podía escuchar claramente cada milímetro del paseo de su lengua por sus secos labios intentando mitigar esa sequedad provocada por su ansia de más. Su cuerpo conversaba con mi mente susurrándole ideas de qué hacer con él, cómo complacerlo y evadirlo del mundo real, y yo estaba seguro que ella escuchaba mis miradas, su inmersión por los senderos de su piel, por las pendientes de su cuerpo, derrapando por las curvas que insinuaba su vaporoso vestido.
Sin dejar de hablarle en Braille con mis ojos, me acerqué hasta la mesa dispuesta para la cena de dos y tomando prestada una de las copas de vino, la rellené con algunos hielos de la cubitera. Su sonido al caer contra el cristal centró toda su atención, escrutando el aire en busca de más pistas que le adelantasen qué iba a hacer con ella. No obtuvo más información salvo mis lentos y seguros pasos cada vez más próximos a ella. Me detuve a centímetros de su cuerpo, que emanaba calor de deseo en vapores que llenaban mis pulmones de su olor a ella.
Cualquiera que viese la escena podría pensar que me iba a dar un festín con mi copa en una mano y mi tenedor en la otra, y no andaría muy desencaminado, porque era eso lo que estaba haciendo esa noche…comerla y beberla…
Disfrutando del momento posé suavemente los dientes del tenedor en su cuello y lentamente dibujé un camino que me llevó hasta su hombro desnudo, en un viaje que le pareció durar horas. Allí enganché el delgado y tenso tirante de su vestido y lo hice abdicar de su estilizada clavícula. Esta vez la senda discurrió algo más profunda, desde su Este a su Oeste atravesando su torso, dejando sinuosos surcos paralelos cual campo arado, plantando semillas de deseo a su paso, que esa noche germinarían a la luz de la noche.
El segundo tirante fue empujado deliberadamente fuera de su hombro provocando el derrumbe de su vestido en una avalancha que descendió pendiente abajo de su cuerpo, salvando los escollos a su paso. Las vistas de las colinas destapadas tras el movimiento eran una maravillosa postal, una panorámica de un precioso paisaje montañoso. Los dientes metálicos ascendían sinuosamente aquellas laderas que se movían ajetreadas cual terremoto, movidas por su agitada respiración. Conquisté la cumbre y me recreé en los rosados riscos que las coronaban. Su cuerpo se retorcía convulso en la silla pugnando por soltarse, por alcanzar aquellas manos que gobernaban las sensaciones debajo de su piel, por ponerle forma y silueta a quien le hacía pendular entre el goce y el sufrimiento.
Dejó de sentir el acero en sus pechos y sin previo aviso mojé mis dedos en el deshielo líquido de mi copa y dejé caer una gota en la sima de su escote. El impacto fue como una bomba en su piel, paralizando todo a su paso, erizando su dermis en la travesía gravitatoria. Sin tiempo de asimilarlo una segunda gota cayó sobre uno de sus pechos, y una tercera, y una sucesión de ellas como fría lluvia incapaz de apagar el fuego que la recorría por dentro, juntándose en sinuosos torrentes que lo empapaban todo. Con mis yemas mojé su boca y cual orquídea hambrienta, me atrapó. Como tras sedienta travesía por el desierto, sus labios chuparon toda la humedad logrando calentar mis entumecidos dedos con ardiente pasión. Succionaron mis apéndices como queriendo adueñarse de todo mi deseo a través de ellos, de beber hasta la última gota de mi lujuria. Los retiré de su boca porque el manantial de mi deseo seguía manando, y su cauce empezaba a desbordar aquella silla en busca del delta de su desembocadura , y el océano final se me antojaba ubicado en aquella mesa.
Así que me agaché tras ella y desaté su tobillo derecho, y danzando mi uña por su piel me trasladé cual ardilla en tiempos de los romanos, sin dejar de acariciarla, por su pantorrilla, su rodilla, la cara interna de su muslo, mi tesoro, su otro muslo y finalicé desatando su tobillo izquierdo. Seguidamente posé mi húmeda lengua en su nuca, y la deslicé por su cuello, rodeando su hombro y dejándola caer por su brazo hasta su muñeca. Con los dientes desaté el nudo y liberé sus ataduras. Bombardeé dulcemente las marcas que le había dejado con un granizo de diminutos besos a labios cerrados. La tomé de la mano y la ayudé a levantarse. Había llegado el momento de quitarle la venda de los ojos…
|π$tinto©

3 comentarios:

  1. otros caminos te cortan las alas, pero aqui tienes todo tu cielo, para volar tan alto como quieras . Y nosotros seguiremos tu vuelo...

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